La solución amarilla ... Un cuento Chino



Cuando éramos niños, en los años setenta, algunos padres gustaban de relatarnos que el comunismo era una bonita idea, pero pésima en la práctica al no funcionarles la economía.
En la segunda década del siglo XXI, China, un país comunista, no solo es la segunda potencia económica del mundo, sino que este propio periódico lo calificaba ayer como “gran banco del mundo”. Resulta ahora que el comunismo es el salvador del capitalismo. Y que lo que una vez llamamos “la amenaza amarilla” es ahora “la solución amarilla”. La revolución de Mao es la gran triunfadora de la sociedad moderna. Y eso que también de niños nos alucinaba la imagen de la viuda de Mao, defendiéndose con vehemencia en el juicio en su contra por los desmanes de la Revolución Cultural. Viéndola desenfrenada, con la boca abierta y el gesto amenazante, no podíamos evitar pensar por qué un señor tan afable y redondo como Mao pasó tanto tiempo casado con una mujer así.
Pero es que a los chinos jamás les hemos entendido. Siempre los asociamos con cosas misteriosas, bolas, polvos, cuentos, torturas y ahora cajas. Incluso cuando alguien es muy astuto se le adjudica el don de saber chino. El problema es que durante todos estos años de desconocimiento por nuestra parte, los chinos trabajaron como chinos y ahora estamos en el mundo al revés, precisamente viajando al centro de la Tierra, como vaticinó Julio Verne, entrando por París y saliendo por Pekín.
El viaje del presidente y la llamada “fuerza empresarial” (que continúa en gira de primavera) a China aporta una imagen sorprendente: Zapatero con las gafas del extinto Caiga quien caiga, protegiendo su mirada leonesa del exotismo oriental. Habría que preguntarse qué pensaron las autoridades chinas cuando les vieron descender del avión. Occidentales trajeados con gafas negras, como los Blues Brothers en una alfombra roja, que vienen a vender la idea de un transatlántico potente, con sobrecarga de pisos sin vender. Entrenados para no hacer ninguna pregunta que maltreche el acuerdo, como indagar por el artista desaparecido Ai Weiwei, acusado de evasión de impuestos, un delito común en el Oeste y hoy al parecer en alza en el Este. Ni mencionar las palabras derechos humanos.
En la idea de vender un país no conviene levantar liebres que salten sobre tus propios problemas. Si a los chinos les molesta hablar de derechos humanos, a lo mejor a nuestros dirigentes les incomodaría igualmente que los chinos preguntaran por María José Campanario, Garzón, Camps o Chaves. Muchos nombres, muchas preguntas. ¿Por qué un juez va al banquillo antes que los acusados? ¿Por que la esposa de un torero, ATS de profesión, está implicada en una trama de fraude a la Seguridad Social? ¿Por qué un expresidente autonómico defiende a sus hijos como normales y el de otra comunidad quiere prohibir el uso de las palabras imputado y corrupción, consiguiendo que su partido le obligue a reconsiderarlo, recordándole que es “un partido que defiende la libertad de prensa”? No, no estábamos allí para enfrentar ese cuestionario. Queríamos dinero amarillo para nuestras cajas y luego turistas chinos descubriendo nuestras costas. Ligando famosas en Ibiza, poniendo la palabra fusión en todos los restaurantes, alcanzando la posibilidad de que las niñas dejen de llamarse Vanessa y pasen a ser reconocidas como Ling Liu o Miau Yau.
Pese a este ejercicio de autocontrol, de impedir que ninguno de nuestros políticos ni la “fuerza empresarial” metiera la pata con los derechos humanos en el régimen de Hu Jintao, en el avión la promesa de un fondo inversor de miles de millones casi se convirtió en cuento chino. La avanzadilla no perdió el optimismo. Hu calificó a Zapatero como viejo amigo y Zapatero le insistió a Hu con la metáfora del transatlántico el mismo día del aniversario del hundimiento del Titanic.
En futuras expediciones de venta de España hay que aprender de esta visita china. Ningún país quiere comprar los problemas de otro. En China lo que quieren saber es cómo se vive el lujo. Hasta hace dos décadas era un país comunista más de cooperativas que de políticas de mercados y expansión. El periodista argentino Jorge Lanata conoció durante el rodaje de una serie documental a la mujer que adquirió la patente para comercializar en China los productos L’Oréal. Es una de las nuevas millonarias chinas, que en un país de 1.300 millones de personas pueden ser fácilmente seis millones de nuevos millonarios. Todos con necesidad de aprender cómo se es millonario, cómo se disfruta y exhibe el lujo,cómo se decoran las casas (la de la ciudad y la del campo), los yates, los aviones privados, los relojes, las discotecas… “Están desesperados”, me explicaba Lanata, “quieren aprenderlo todo. Buenos vinos, comprar arte, conocer restaurantes, alojarse en buenos hoteles en todo el mundo”. Quizás la “fuerza empresarial” y nuestro Gobierno calibraron mal la oferta. En vez de ofrecer un transatlántico potente, cargado de ladrillos, han debido sugerir un crucero de amor y lujo.

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